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Mary Shelley, la madre de Frankestein

Mary Shelley es una escritora británica mundialmente conocida como la autora del clásico de terror gótico “Frankenstein”. El resto de su obra no ha sido tan conocida hasta hace unas pocas décadas. Al igual que su propia vida, tan fascinante que podría haber servido para una de sus novelas. Mary Wollstonecraft Godwin nació el 30 de agosto de 1797 en Londres y fue fruto del romance clandestino entre dos destacados filósofos de la época. Mary Wollstonecraft, escritora feminista, que falleció en el parto y William Godwin, periodista liberal, que tras la muerte de su amante, escribió sus memorias como homenaje póstumo, a pesar del escándalo que supuso hacer pública su relación.

Mary Shelley se crió leyendo los escritos de su difunta madre, a la cual admiraba, y bajo los preceptos liberales de su padre. Este, acosado por las deudas, se vio obligado a volver a casarse, esta vez con Mary Jane Clairmont, que añadió a la familia dos hijos más de una relación anterior. Mary Shelley nunca se sintió querida por su madrastra. Los Godwin crearon una firma editorial que vendía libros para niños, y Mary Shelley recibió una educación bastante avanzada para una niña de su época, con institutriz y tutora personales. Creció rodeada de pensadores e intelectuales amigos de su padre, y a los 16 años fue enviada a vivir durante unos meses a las montañas del norte de Escocia, donde comenzó a idear sus historias.

De vuelta a Inglaterra conoció a Percy Shelley, poeta y filósofo, separado de su esposa. Se veían a escondidas junto a la tumba de su madre, y pronto se enamoraron. Percy pertenecía a una familia aristocrática, que le había apartado por sus ideas reformistas. Shelley tenía 17 años y él 22, y se escaparon juntos a Francia, llevándose con ellos a la hermanastra de Mary, Claire. Como ella dijo posteriormente, estaban “actuando como en una novela romántica”, viajando por Europa y escribiendo juntos. La aventura no duró mucho, y un par de meses después, cuando se les acabó el dinero, tuvieron que volver a casa. Pero con un pasajero más. Mary Shelley estaba embarazada.

Sorprendentemente William, el padre de Mary, les retiró el apoyo, y tuvieron que empezar de cero, agobiados por la falta de recursos. El bebé de Mary nació prematuro y al poco tiempo falleció. Pero los Shelley consiguieron salir adelante, ayudados por una herencia que recibió Percy. Mary volvió a quedarse embarazada, y en 1816 nació su hijo William. Ese mismo año los tres fueron a pasar el verano a Ginebra acompañados del célebre poeta inglés Lord Byron, que por entonces tenía un affaire con Claire, la hermanastra de Mary. Ella misma contaba que en el campo, junto al lago, el tiempo era lluvioso, y se pasaban mucho tiempo encerrados en casa, al calor del fuego, especulando sobre extraños experimentos y contando historias de fantasmas.

Y fruto de todo aquello fue su primera novela, “Frankenstein o el Moderno Prometeo”, publicada en 1818 de forma anónima y con prólogo de Percy Shelley, por lo que muchos lectores y críticos asumieron que la había escrito él. De vuelta a Inglaterra, los Shelley se encontraron con el suicidio de la esposa de Percy, que se lanzó al lago de Hyde Park, y trataron de evitar el escándalo. Mary Shelley volvió a quedarse embarazada, y Percy y ella decidieron casarse. Nació Clara, la tercera hija de Mary, pero la familia estaba tan acosada por las deudas que decidieron abandonar Inglaterra y mudarse a Italia. Se convirtieron entonces en nómadas, sin establecerse durante mucho en un lugar determinado, y dedicando su tiempo a leer, escribir y hacer nuevas amistades.

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La tragedia les sobrevino cuando en menos de seis meses fallecieron sus dos hijos, William de malaria, y Clara de disentería. Mary Shelley se sumió en una profunda depresión, encontrando consuelo sólo en la escritura. Fruto de esta época fueron dos novelas: “Valperga” de género histórico. Y “Mathilda” un drama romántico. En su momento no fue publicada por la oposición del padre de Mary, y no vio la luz hasta 1959. Por fin, el nacimiento de su cuarto hijo, Percy Florence, le trajo a Mary Shelley algo de consuelo. Fue el único de sus cuatro hijos que sobrevivió. En 1822 los Shelley se establecieron en una villa aislada en el noroeste de Italia, que terminó siendo una prisión para Mary Shelley. En junio de ese año sufrió un aborto espontáneo que hubiese acabado con su vida por la pérdida de sangre, de no ser porque Percy reaccionó rápido y la metió en una bañera con hielo.

Un mes después, el propio Percy salió a navegar con su barco, pero no regresó. Tras varios días, la marea devolvió su cuerpo sin vida. Con sólo su hijo a su lado y una situación económica precaria, Mary Shelley se trasladó de vuelta a Londres para dedicarse a su obra. Entonces escribió “El Último Hombre” una novela apocalíptica ambientada en 2073 donde la humanidad es aniquilada por una plaga. Los personajes protagonistas son traslaciones de personalidades cercanas a la autora, como su marido Percy, Lord Byron o la propia Mary. En los siguientes años, Mary Shelley logró alcanzar cierta estabilidad en su vida. Trabajó como editora, y escribió las novelas románticas “Perkin Warbeck”, “Lodore” y “Falkner”, además de varias biografías, libros de viajes, historias cortas… Incluso consiguió publicar y popularizar la obra de su difunto marido, y darle la educación que quería a su hijo.

Por su parte Mary Shelley no volvió a casarse, a pesar de que tuvo propuestas de matrimonio como la del actor estadounidense John Howard Payne, al que rechazó diciendo que tras haberse casado con un genio, solo podría volver a casarse con otro. A partir de 1839 comenzó a tener problemas de salud. Sufrió dolores de cabeza y ataques de parálisis en algunas partes del cuerpo, que le impedían poder leer o escribir. Finalmente falleció en 1851, a los 53 años de edad, víctima de un tumor cerebral. La vida de Mary Shelley estuvo plagada de romance y tragedia. Nunca llegó a sospechar que Frankenstein se transformaría en un mito universal. Llena de talento, su gran legado la convierte en una de las grandes escritoras del siglo XIX.

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